martes, 6 de octubre de 2015

Cinco Campanas

Gail Jones es una escritoria australiana poco conocida en nuestro país, como sucede con montones de escritores no-bestselleristas extranjeros e incluso con tantísimos escritores argentinos.
Gail vino a presentar su quinta novela en abril de este año, invitada por J.M Coetzee en el marco de los seminarios que el Nobel de literatura dirige. Fue en ese contexto que me encontré con Cinco Campanas, o que la novela me encontró a mí. Y de ese encuentro, salió esta reseña.

El animismo es la creencia de que tanto objetos como elementos del mundo natural (como las rocas o los árboles), están dotados de alma y de una energía propia, un espíritu.
Comenzar con esta definición, directamente ligada con la cultura de los primeros aborígenes que habitaron las tierras australianas, es esencial para comprender la asociación y amalgama de elementos presentes en la novela.

Cuatro historias. Cuatro personajes oriundos de diferentes ciudades confluyen en un lugar que los reúne: Sidney, una ciudad portuaria dentro de un país-isla. Y el pasado personal de cada uno de ellos, como el pasado de Australia, se manifiesta incesantemente tanto en la memoria como en episodios cotidianos que los acarrean hacia los mismos interrogantes: ¿Qué lugar ocupa el pasado en nuestras vidas? ¿Es tal la linealidad del tiempo o es acaso nuestra memoria el único medidor de hechos que nada tiene que ver con el tiempo occidental?  

“Muelle Circular: hasta el sonido le gustaba”. El puerto de Sidney es en esta historia un  punto  geográfico animado y dotado de vida propia. Como o un testigo presencial y participe mudo, reúne  las historias de los protagonistas que cargan con un pasado que marcó un punto de inflexión en el devenir de sus vidas y que está continuamente presente.

Cuándo y Quiénes

Todo ocurre en un solo día. Un sábado diáfano de enero que va borrando restos de lluvia de la noche anterior.

Ellie, una joven australiana pueblerina, llega a Sydney para reencontrarse con James, su vecino del pueblo y compañero de clase. También, su primer amor, a quien hace años que no ve.

James lleva la opresión de un peso pesado, un secreto que solo Ellie podría entender y, como una alquimista, transformarlo en un elemento un poco menos espeso en su mochila existencial: Ellie es la única que le permitiría a James perdonarse a sí mismo, librarse de una culpa colosal.

Catherine es una periodista irlandesa que arrastra con la muerte de su hermano y alma gemela, Brendan. El deseo de algún día visitar juntos China está presente en forma de un anhelo inconcluso. La pérdida acentúa su deseo de abandonar Dublin, ejercer la profesión y huir de la opresora vida entre su madre y sus hermanas, viajando por varias ciudades hasta establecerse en Sydney.

Pei Xing es una mujer china a quien la Revolución Cultural la llevó a erradicarse en la Tierra Desconocida del Sur. Allí visita todos los sábados a su antigua guardiacárcel, y piensa en sus padres muertos en la Revolución de Mao, siendo consciente del valor de existir en tiempo presente, de dedicar esmerada atención a una conversación trivial, de asumirse diminuta en un todo pero esencial en su funcionamiento, valorando y respetado el sentido de ese todo: de “el chi entre los cuerpos y el espíritu colectivo”.

El sonido de un didgeridoo ejecutado por un hombre en la calle funciona como banda sonora de la historia, como un susurro constante que recuerda las huellas de los primeros aborígenes australianos. El instrumento de viento era, para ellos, la voz de la tierra y remitía a los sueños o dreamtime. Cada personaje presta atención en mayor o menor medida al sonido de la ensoñación, como una advertencia de que la esencia de lo verdadero es perceptible en tanto y en cuanto se agudicen los sentidos.

“¿Que hambre te mueve? ¿Qué pérdida? ¿Qué ambición? ¿Qué lugar ocupa este lugar en tus sueños?”

Ahondando en los personajes

Ellie está instalada en Sydney hace ya seis semanas,  pero es la primera vez que visita el Muelle Circular. La razón: nada menos que encontrarse con quien fue su primer amor a los catorce años, un poco más de la mitad de su edad. Maravillada y con la inocente percepción cargada del  asombro propio de una niña que todavía vive dentro de ella, palpa con cada uno de sus sentidos el nuevo entorno que la rodea: se deja abrazar por el sonido del didgeridoo y se funde entre la multitud que pasea por la Ópera. Está a gusto consigo misma y encontrarse con James tiñe de ensoñación nostálgica el día. Su vecino y compañero de clase. El más inteligente de los niños puertas afuera, el solitario y frágil puertas adentro. Ellie está aquí y ahora pero está también en el instante en que a los ocho años consoló a James tras presenciar el sórdido espectáculo de ver cómo el padre de Ellie degollaba una gallina. El cuerpo del animal sin cabeza corría agonizante, James necesitó sujetarla y dejarla morir dignamente en sus brazos. El trauma posterior, los sollozos del pequeño James y la pequeña victoria de Ellie al saberse la más fuerte de los dos, la de las emociones firmes.
Está también en sus pensamientos la erudita profesora de la escuela enseñándoles la palabra Clepsidra.
Es sábado y en el puerto de Sidney Ellie se deja mover por un “anhelo de maravilla al alcance de la mano”: todo es fascinante. Se reencontrará con él.

La percepción de James está filtrada por una mirada de sí y el entorno radicalmente opuesta a la de Ellie. Pensamientos derrotistas nublan cualquier paradigma de regocijo distendido, propio un día veraniego. A pesar de todo, James es “obstinadamente feliz”. La “química descarriada” se modifica con pastillas y se aprende a funcionar siendo “neuronalmente sintético”.
El reencuentro con Ellie es el único anhelo que lo impulsa. Pero está la muerte de su madre. Está el abandono de la carrera de medicina que como joven prodigio debió elegir (la fragilidad del niño impresionado con la grotesca muerte de una gallina salió a la luz en reiteradas oportunidades cuando debían examinar cuerpos humanos; y la vergüenza consecuente y, otra vez, el derrotismo). También están los cuadros de Magritte y su capacidad de “representar lo ilógico como si fuera cotidiano”.
A los catorce años dos hechos signan su transición de la niñez a la adultez: pierde la virginidad con Ellie y también descubre al pintor belga quedando  inmediatamente cautivado por su historia de vida. La madre del surrealista se había ahogado en el Río Sambre y Magritte, siendo todavía un niño, debió ir junto con su padre a reconocer el cuerpo: ella se había fundido en el agua, como los colores de óleo diluidos cuando forman un nuevo color.
A partir del descubrimiento e identificación con el pintor, la fútil intuición de que “la historia o las otras personas conllevan una premonición o una advertencia” estaba instalada en la cosmovisión de James, no por ello desdibujando su escepticismo, más bien oscilando entre ambos. Los componentes de similitudes como vidas que se repiten tienen que ver con la edad del pequeño Magritte durante la tragedia: catorce. Edad en la que la muerte también mata a su niño interior. Y el agua. Y he aquí el peso más pesado con el que acarrea James: la muerte de una niña ahogada por accidente. La culpa por un hecho tristemente azaroso e inevitable durante el período en el que James se dedicó a dar clases y llevó de excursión a acampar al lago a sus estudiantes. Podría haberle pasado a cualquiera, pero le sucedió a él, como una víctima de “un patrón preestablecido y carcelero”. La culpa y el secreto que nadie sabía, pero que Ellie debía conocer, debía perdonar.

“En Central Station pensó que ella nunca estaría en el centro de nada”.
Expatriada de China luego de la Revolución Cultural, Pei Xing vive en Australia y viaja todos los sábados hacia el Muelle Circular y desde allí hacia la Costa Norte para visitar a su antigua guardiacárcel (la misma que le infligía las peores torturas) en el hospital de ancianos. Pei Xing es la personificación del virtuosismo. “Existen formas de perdón que ayudan a que la vida continúe y formas de reproche que mantienen la historia estancada”. Pei Xing se reafirma en cada una de sus acciones,  necesita vivir en “el aura del perdón”. Y en el hospital, todos los sábados, la lectura de Doctor Zhivago. El mismo libro que fue considerado un blanco para la Guardia Roja y los equipos de propaganda del pensamiento Maoista. El mismo que atesoró su padre hasta su último aliento, hasta ser quemado.
La Revolución de Mao terminó con la vida de sus padres y con una gran porción de la vida de Pei Xing, pero lejos de cargar con una existencia nublada de rencores, vive presente en una cotidianeidad en la que la valoración y el respeto hacia  hechos que para otros pueden ser mundanos (dedicar tiempo a una conversación trivial, ser y estar en esa conversación), acentúan las cualidades de su espíritu genuinamente bondadoso. Ella infunde un respeto de sabiduría ancestral. Ella, además, “cargaba con el peso de saber las cosas por anticipado”,
Guan Yin es la diosa de la compasión y la misericordia reencarnada en Pei Xing
“He vivido muchas vidas”, dirá. Como todos los sábados Pei Xing se escabulle entre la multitud antes de embarcar en el ferry y palpa con placidez lo que sus sentidos perciben y cómo se percibe entre la multitud. Ingrávida y de pequeño tamaño, es una mujer china más entre la multitud. Así se ve. “Nadie la ve y ella lo sabía”. Es una más de tantos inmigrantes de su nacionalidad. Pero está bien para Pei Xing. Le gusta fundirse hasta desaparecer, minúscula, entre la multitud. “(…) Había una vitalidad, un chi, entre los cuerpos, un espíritu colectivo”.

Catherine recuerda a su hermano Brendan, su aliado de la infancia. Brendan está, sin estar, presente en cada aspecto de la nueva vida de Catherine en Sydney. Su maestro político y compañero ideológico. Los hermanos mutuamente favoritos. El deseo irrealizado de encontrarse algún día en China, ese país enigmático.
El trágico accidente en auto de Brendan rotuló cada nueva experiencia de Catherine con un slogan involuntario: “A Brendan le habría gustado”.  Impulsada por su formación en el periodismo, deja Dublin luego del asesinato de Verónica Guerin, quien inspira a Catherine a ejercer la profesión de la manera en la que ella había sido privada hasta su muerte. Verónica Guerín y Brendan despiertos un sábado entre el sonido de los ferrys y entre las obras de arte aborigen del Museo de Arte Contemporáneo. También Luc, su ex amante francés, se convierte en un pensamiento repetitivo que la hacen deambular entre la sensualidad sensorial y la melancolía de una ruptura.
Catherine gravita entre recuerdos que parecen concluir con una etapa que da lugar a un ciclo de madurez nuevo, sumiéndose en el encuentro con la versión más auténtica de ella misma.

“La peculiaridad de toda historia: el elemento de retorno”

Jones compone un cuadro integrado por personajes-islas que parecen converger como los ferrys del puerto del Muelle Circular en un mismo lugar, unidos y mecidos por la fluctuante marea.

Atravesados y marcados por pérdidas, cada uno de ellos acarrea un despiadado anhelo de resurrección en vida de lo que la memoria reconstruye en impulsos temporales.
El tiempo circular, como el Muelle, conecta las vidas pasadas y las posibles vidas futuras fuera de toda linealidad secular. El tiempo es constante y fluye como el agua dentro de una clepsidra, con una consonancia incesante.

Huellas

Argentina, al igual que Australia, esta signada por la condición de país sureño (con el inevitable peso peyorativo de la mirada del norte, siempre dominante) y también por la inmigración que tergiversó la identidad de los autóctonos en nuevas identidades.

La novela de la escritora australiana comparte similitudes con obras de escritores argentinos como Borges o Julio Cortázar, quienes también han sabido abordar en varios cuentos y novelas un misticismo filosófico que cuestiona el existir desde las raíces anteriores a las raíces mismas (“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.” J.L BorgesLas Ruinas Circulares”).

El devenir de las circunstancias que vinculan las vidas de de Catherine, Ellie, James y Pei Xing nos hace pensar en la idea de una identidad compuesta por una selección de circunstancias memorables y en un eterno renacer, en el interminable ciclo de destrucción y creación.

La identidad y la memoria son los temas  en los que Jones se sumerge para narrar una historia que a su vez está compuesta de otras historias que, como fractales, parecen inducirnos hacia una única gran historia de base. Una historia que puede remitirnos tanto al origen de los tiempos antes de la invención misma del tiempo, como al origen de la primera vida de cada uno de nosotros antes de renacer en otros, antes de todas las veces que tuvimos que morir hasta llegar a ser quienes somos. Antes del proceso de selección agudo de la memoria entre los recuerdos.

¿Es acaso el presente que viven James, Ellie, Pei Xing y Catherine real? ¿Es un tiempo mensurable con una clepsidra?

La cadencia de los acontecimientos, inevitables y repetitivos, cuestionan el lugar que ocupa en nuestra memoria una pérdida, un olvido que nunca termina de serlo. Y el consecuente destino existencial ligado a una intuición, a un acontecimiento, a la vida de un pintor, de una periodista, o al número Cinco.

“Dónde has ido? La marea está sobre vos
El filo de la medianoche  te moja;
El tiempo está sobre vos, y el misterio,
Y la memoria, corriente que no fluye.”

Kenneth Slessor, “Five Bells”.